El
cerro Steamboat tiene fama de asesino entre los camioneros que transportan
cargas por la autopista de Alaska, por eso lo tratan con respeto, sobre todo en el invierno, cuando el camino se curva y serpentea por la montaña, y
al costado de la ruta congelada
caen a plomo empinados barrancos. Allí se han perdido incontables camiones con
sus chóferes, es probable que muchos más sigan sus huellas. En un viaje por la autopista, me encontré con la
Real Policía Montada de Canadá y varias unidades de salvataje, que remolcaban
los restos de un camión desde el fondo de un profundo
barranco. Después de estacionar mi equipo, me acerqué al grupo de camioneros
que observaban en silencio los despojos del accidente. Uno de los policías
montados se acercó a nosotros para decirnos, en voz baja: Lo siento. El
conductor estaba muerto cuando lo encontramos. Debe haber caído por la cuesta
hace dos días, cuando hubo una gran tormenta. No había muchas huellas. De pura
casualidad detectamos el reflejo del sol en un fragmento de cromo. Meneando la
cabeza, revisó el bolsillo de su chaqueta. Tomen esto, creo que deberían
leerlo. Supongo que vivió un par de horas antes de que el frío acabara con él.
Nunca había visto lágrimas en los ojos de un policía, siempre pensé que,
habiendo presenciado tanta muerte y desesperación, estaban inmunizados. Pero
aquél se secó las lágrimas al entregarme la carta. Al leerla me eché a llorar.
Cada uno de los camioneros leyó también en silencio aquellas palabras antes de
volver lentamente a su vehículo. Esa carta me quedó grabada en la memoria a tal
punto que, pasados los años, sigue tan vívida como si aún la tuviera en mis
manos. Quiero compartirla contigo y tu familia: Diciembre de 1974 Amor mío:
esta es una de las cartas que ningún hombre quisiera escribir, pero tengo
suerte de tener algo de tiempo para expresar lo que tantas veces he olvidado
decir. Te quiero, corazón. Solías decir, en broma, que yo amaba más al camión
que a ti, porque pasaba más tiempo con él. Amo este pedazo de hierro, sí, se ha
portado bien conmigo. Me acompañó en momentos y en lugares difíciles. Siempre
podía contar con él para los viajes largos y era veloz en las rutas. Nunca me
abandonó. Pero ¿sabes una cosa? A ti te amo por las mismas razones. También me
acompañaste en los tiempos y en los lugares difíciles. ¿Te acuerdas de mi
primer camión, ese viejo cascajo que nos arruinaba, pero con el que siempre
ganaba lo suficiente para parar la olla? Tú saliste a trabajar, para que
pudiéramos pagar el alquiler y las cuentas. Cada centavo que yo ganaba se lo
llevaba ese camión, tu sueldo cubría la comida y el techo. Yo me quejaba del
camión, en cambio no recuerdo que tú lo hayas hecho alguna vez, cuando volvías
cansada del trabajo y yo te pedía dinero para volver al camino. Si te quejaste,
no te escuché. Estaba demasiado sumido en mis problemas para pensar en los
tuyos. Ahora pienso en todas las cosas a las que renunciaste por mí. La ropa,
las vacaciones, las fiestas, las amigas. Nunca te quejaste. Y yo, por algún
motivo, nunca te di gracias por ser como eres. Cuando tomaba café con los
muchachos hablaba de mi camión, del equipo, de las cuotas. Me olvidé de que
eras mi socia, aun cuando no estuvieras a mi lado en la cabina. Fue gracias a
tu sacrificio y tu decisión, no solo por los míos, que finalmente llegó el
camión nuevo. Yo estallaba de orgullo por ese camión. También estaba orgulloso
de ti, pero nunca te lo dije. Daba por sentado que lo sabías, pero si te
hubiera dedicado tanto tiempo como a lustrar los cromados tal vez te lo habría
dicho. En todos esos años de gastar el pavimento, siempre supe que me
acompañabas con tus oraciones. Pero esta vez no alcanzaron. Estoy herido y es
grave. He recorrido mi último kilómetro. Por eso quiero decir las cosas que
debieron decirse muchas veces. Las que quedaron olvidadas porque estaba muy
ocupado con el camión y el trabajo. Pienso en los aniversarios y cumpleaños sin
mi presencia. En los actos escolares a los que fuiste sola, porque yo estaba en
la ruta. Pienso en las noches que pasaste sola, preguntándote dónde estaría yo,
cómo irían las cosas... Pienso en todas las veces en que se me ocurrió
llamarte, sólo para decirte hola, y luego no lo hice. Pienso en la tranquilidad
de saber que me esperabas en casa, con los chicos. Y tantas cenas familiares en
las que debiste justificar mi ausencia: que estaba ocupado cambiando el aceite,
buscando repuestos o durmiendo para salir temprano al día siguiente. Siempre
había algún motivo, pero ahora, no sé por qué, ya no me parecen tan
importantes. Cuando nos casamos no sabías cambiar una lamparita. En un par de
años eras capaz de reparar la caldera en medio de una ventisca, si yo estaba en
la otra punta del país esperando una carga. Por ayudarme llegaste a ser buena
en mecánica. Me llenaste de orgullo el día que trepaste a la cabina y diste
marcha atrás sobre los rosales. También me sentía orgulloso cuando, al
detenerme frente a casa, te encontraba dormida en el coche, esperándome. Ya
fueran las dos de la mañana o las dos de la tarde, siempre te acicalabas como
una estrella de cine para recibirme. Eres hermosa ¿sabes? Creo que llevo mucho
tiempo sin decírtelo, pero es cierto. En mi vida he cometido mucho errores,
pero si alguna vez tomé una buena decisión, fue pedirte que te casaras conmigo.
Nunca pudiste entender qué me mantenía montado a ese camión. Yo tampoco lo
sabía, pero era mi manera de ganarme la vida y tú lo apoyabas. En las buenas y
en las malas, siempre estabas allí. Te amo querida, y amo a los chicos. Me
duele el cuerpo, pero más me duele el corazón. Cuando termine este viaje no
estarás allí. Por primera vez desde que estamos juntos me encuentro solo y
asustado. Te necesito mucho, pero sé que ya es tarde. Es curioso, pero ahora
sólo tengo este camión. Este maldito camión que gobernó nuestra vida por tanto
tiempo. Este montón de hierros retorcidos en el que pasé tantos años. Pero él
no puede retribuirme el cariño. Sólo tú puedes hacerlo. Estás a miles de
kilómetros de aquí, pero te siento conmigo. Veo tu cara, siento tu amor. Y
tengo miedo de hacer solo el tramo final. Diles a los chicos que los quiero
mucho. No dejes que los muchachos se ganen la vida al volante de un camión.
Creo que eso es todo, corazón. ! Cómo te quiero, Dios mío! Cuídate mucho y
recuerda siempre que te amé como a nada en la vida. Sólo que me olvidé de
decírtelo.
Te
amo Bill. Rud Kendall
Carta
original en: http://clubaccionpositiva.bligoo.com/content/view/781365/LA-ULTIMA-CARTA-DE-UN-CAMIONERO.html#.U85mP-N5Ne9
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